El Clásico del Astillero, del barrio, de la ciudad, de la provincia, del país. De todo el Ecuador. El que despierta pasiones buenas y de las otras. Donde cada uno se cree dueño de la verdad; donde el hincha quiere la desaparición del contrario sin darse cuenta que sin el Clásico, el fútbol guayaco no sería el mismo.
El Clásico de azules y amarillos le da sentido a la existencia de los mismos clubes y a sus respectivas hinchadas. Qué lindos son los clásicos guayacos. Ayer, hoy y mañana, clásico nacional. ¿Quién ganará? Esa es la pregunta que no tiene respuesta en firme, es casi un acertijo ¡Es el de las más grandes sorpresas! En fin, es el Clásico por antonomasia del fútbol nacional.
Hay más empates (77) que victorias de uno sobre otro. La diferencia es mínima: Barcelona 61 ganados y Emelec 58. Han existido épocas en que uno aventajaba a otro y viceversa, pero los empates abundan; claro, de allí la incertidumbre de cada encuentro. Lo que sea. Viva la pasión de las dos divisas.
Tengo la suerte de haber visto todos los Clásicos (menos un juego de 1993) y aún desde antes que fueran clásicos que ya se vislumbraban hacia esa categoría. ¡Qué suerte la mía! Y he sido testigo de su desarrollo como aficionado, jugador, dirigente y ahora como columnista, y lo sigo viviendo como el primer día. Claro que me siento orgulloso y lleno de vivencias maravillosas, porque el Clásico del Astillero es y será eterno. Es dueño de un lugar histórico.
Aprovecho para contarles algo personal. Yo jugué dos Clásicos: el primero en 1951, por los juveniles de Emelec. Tuve por compañeros, entre otros, a Agustín Ferrero, Jaime Ubilla, Raúl Argüello, Adolfo Estrella, Cristóbal Jalón; y por Barcelona, Gonzalo Chalo Salcedo, Clímaco Cañarte, Luciano Macías y Pablo Ansaldo.
También en ese fin de año disputamos el título de reservas y las alineaciones fueron casi las mismas, pero en Emelec jugó José Vicente Balseca y por los toreros Simón Cañarte, que por poco me arranca la cabeza por un disparo fortísimo cuando impedí un gol. También estuve en el banco en dos Clásicos de la primera categoría donde Sigifredo Chuchuca y Júpiter Miranda metieron goles.
Jugué al lado de Ricardo Chinche Riveros, Eladio Leiss y Chompi Henríquez, y también en la primera B en Favorita, un equipo que formó Alberto Vallarino Benítez. Ahí jugué de compañero con Enrique Cantos y fuimos campeones. Pajarito volvió al Barcelona y yo me retiré del fútbol competitivo. Algo importante. Nos fajábamos en serio y éramos muy buenos amigos. Hasta aquí, los recuerdos del Clásico.
Hace poco un aficionado, que no es hincha de ninguno de los dos clubes, me escribió una nota que yo la consideré nostálgica porque provino de otra ciudad del país. Me decía que no es clásico esto de Emelec y Barcelona porque había más empates que triunfos. Entonces comprendí su estado de ánimo. Lo que ese aficionado debe procurar es que haya clásico en su ciudad. Ojalá. ¿Qué culpa tenemos los monos guayaquileños? Escribía yo en una de mis columnas, ¿por qué no se estimula la creación de otros clásicos regionales y no se priven de las vivencias de los clásicos que nosotros disfrutamos?
La gran mayoría del país por Barcelona y Emelec. Y lo gozan y disfrutan porque es lindo ser hincha amarillo o azul. Lo juro, es espectacular. Antes de cada juego los aficionados de cada equipo entran en un estado de aletargamiento, son susceptibles, viven un éxtasis profundo tratando de presagiar un resultado para entender que los pronósticos no sirven. Es fácil decir que empatarán o que uno de los dos va a ganar, pero, ¿quién apuesta un resultado cierto?
Más adentro todavía, no importa en qué estadio se juega. Y los augurios tampoco funcionan, a veces sí, a veces no, lo más seguro es ...¿quién sabe? Pero saliéndonos de las vivarachas especulaciones Barcelona está jugando ligeramente mejor que Emelec; tiene más puntos (25 contra 24); ha jugado un partido más (14-13) más goles a favor (25-19); la defensa eléctrica tiene 12 goles en contra y los amarillos 16. Tiene a Narciso Mina, el goleador del torneo (22) y dos volantes de ataque como Damián Díaz y Michael Arroyo que también hacen goles; los millonarios no tienen un goleador y a sus volantes de ataque les faltan goles y aun así, el resultado no es que los amarillos ya tienen la sartén por el mango. No señor, hay que jugarlo. En la tabla acumulada los amarillos tienen 36 juegos, 63 puntos y los azules 35 partidos y 61 unidades. Eso hace pensar que si los eléctricos ganan esta segunda etapa, la final entre los dos sería inimaginable.
Ya veo lo que significa el Clásico nacional. También estoy seguro de que hinchas de otros equipos ecuatorianos, en el momento que juegan amarillos y eléctricos, aunque sea de mentirillas, aunque sea por broma, apostarán por uno de los dos equipos. Y por allí va entrando el gusto de la divergencia.
Fuente: www.eluniverso.com