Una muchedumbre entuba la avenida 9 de Octubre en Guayaquil, las calles adyacentes, sale a los balcones... Pueden ser miles, acaso decenas de miles. Es apenas una foto, sólo una de cientos. Los rostros descompuestos expresan emoción, euforia, fervor. Son los hinchas de Barcelona Sporting Club celebrando el campeonato después de 15 años de espera. Esa escena, informan los diarios, la televisión, los amigos, se repitió en cada ciudad, en cada pueblo, en toda aldea o caserío que late a lo largo y ancho del Ecuador.
Por respeto al lector, uno se atiene a la máxima periodística de no contar lo que no vio. En el caso Barcelona, nos tomamos respetuosamente la licencia: lo imaginamos. Intuimos el carnaval, el delirio amarillo, la alegría desbordante. No obstante, nos dicen colegas que no hay forma de imaginar tanto frenesí, tanto desborde bueno, fue cien veces más de lo que podamos pensar. Se dio vuelta el país. Sacó a relucir la chapa de gigante, de ídolo colosal, Barcelona.
Siempre decimos que Boca, Peñarol, Corinthians, Colo Colo, Barcelona no son clubes, son pueblos. Esta es la República Popular de Barcelona. (¿Y si un día Barcelona decide independizarse del Ecuador...?) “Ecuador tiene 13 millones de habitantes, más de diez son de Barcelona”, asegura Rodolfo Piñeyro, periodista uruguayo-ecuatoriano. No hay duda entonces: es una nación dentro de otra.
Es inexplicable el fenómeno de la popularidad. Alguna teoría sostiene que Boca se convirtió en furor tras la exitosa gira por Europa de 1925. Pero las fotos de 1920, '21, '22 la desmienten: ya la vieja cancha de tablones se caía de espectadores. Acaso por eso River se mudó de La Boca y se estableció lejos, en un barrio elegante, porque nunca podría competir con su vecino y rival eterno.
También explican que Barcelona entró en el corazón del pueblo en el '49, cuando venció al célebre Millonarios de Di Stéfano por 3 a 2. Lo cierto es que el origen popular y humilde de los clubes suele hacerlos irresistibles. Es muy seductora la leyenda del “club del pueblo”. Pasa con Boca, Peñarol, Colo Colo, Corinthians, el Arsenal de Londres, el Atlético de Madrid y tantos más. Esa mezcla de calle, desenfado y osadía es irresistible, subyuga a millones.
¿Por qué tanta popularidad? Bajo un gran título global (“Italia fantástica, el mundo es tuyo”), Carlo Verdelli, editorialista de La Gazzetta dello Sport, escribía en la edición del lunes 10 de julio de 2006, apenas horas después de la coronación de Italia como campeón del mundo en Alemania: “Una felicidad está invadiendo nuestras calles, nuestras casas. Nosotros, pequeños italianos, con nuestro balón bajo el brazo, en estos momentos estamos en el centro del mundo, y no es una manera de decir... Uno luego se pregunta ¿qué cosa es el fútbol? Un país entero unificado como por encanto. Nada ni nadie podría aspirar a tanto. ¿Puede llamarse deporte una cosa así? Puede decirse que es solamente un juego? ¿Y por qué un juego llega hasta donde la pasión política o religiosa, los divos del rock o del cine ni siquiera sueñan...? Una nación que se recuerda imprevistamente de ser tal cosa sólo gracias a su selección, a los muchachos 'azzurros'. Es uno de los tantos misterios felices de esta hora... Gocémoslo como tal, un misterio por una vez sin sombras de pecado”.
La misma interrogación se habrán hecho sociólogos, escritores e intelectuales ecuatorianos el último domingo con Barcelona: ¿qué cosa es el fútbol? Un país entero movilizado por esta pasión amarilla. ¿Puede llamarse deporte una cosa así...?
La conquista del campeonato por un lado y semejante demostración de popularidad por el otro, convierten a este en un momento histórico para Barcelona, en una plataforma de despegue para causas mayores. Barcelona tiene que apuntarle a América. Este es el momento de ratificar el rumbo, renovarle al técnico (que algún mérito tiene ¿no?) y reforzarse de cara a lo internacional.
Si la modestia de Tigre puede llegar hasta una final continental, ¿cómo no aspirar con Barcelona, esta máquina de facturar y de encantar...? ¿Qué otro club de Sudamérica puede meter 90.000 personas en cada partido de local? ¿Cuál puede presentar un estadio y una hinchada así...?
Dicho con el máximo respeto, ahora se va a ver de qué madera están hechos los directivos de Barcelona. Si desarman el equipo con la vieja canción de “equilibrar las cuentas”, o si lo potencian... No hay que mejorar los balances vendiendo jugadores sino generando nuevos recursos.
Washington Cataldi, probablemente el más extraordinario dirigente de club de la historia de Sudamérica, entregó su vida a Peñarol. Hizo la grandeza aurinegra. Sí, los goles de Spencer, los desbordes de Joya, los bombazos de Rocha, las atajadas de Mazurkiewicz. Todo muy bonito, épico, ¿Y quién los trajo...? ¿Quién los mantuvo diez, once años en un medio modesto y pequeño como el uruguayo...? Una vez le achacaron a Cataldi la deuda de Peñarol. Se encogió de hombros y se defendió con un pelotazo al ángulo: “Si fuera un gran administrador no sería campeón”.
En esta hora de gloria, el futuro le guiña el ojo a Barcelona, le tira besos. Ojalá sepa advertirlo. Pero esos son cinco centavos aparte. Este es el momento del reconocimiento. Felicitaciones a los jugadores, a 'Costitas', a los dirigentes y a toda la república popular de Barcelona. ¡Salud, campeón...!
Fuente: www.eluniverso.com